El estilo de César Manrique no solo embellece un lugar, sino que lo dignifica, lo interpreta y lo devuelve a la naturaleza con una nueva forma de habitarlo.
Hablar del paisajismo de César Manrique es hablar de una relación profunda entre arte, terreno y clima. No es diseño exterior, es integración emocional con el paisaje.
El arte de integrar, no imponer
En los espacios exteriores que imaginó Manrique —ya fuera un jardín, una piscina o un rincón de descanso— la intervención no busca protagonismo, sino armonía. Él no construía sobre la tierra, sino con ella. No disfrazaba el paisaje: lo resaltaba. Su estilo es orgánico, poético y radicalmente honesto. No hay líneas rectas innecesarias, ni materiales superfluos. Todo lo que está, está porque pertenece.
Piscinas como oasis naturales
Uno de los elementos más simbólicos en su obra es la piscina. Lejos de las formas convencionales, las piscinas de Manrique emergen como lagunas naturales. Tienen curvas suaves, bordes irregulares, una fluidez que las hace parte del terreno. El azul vibrante del agua se recorta sobre la piedra volcánica negra, creando un contraste visual que no necesita adornos. El blanco puro de los muros, reflejando la luz del sol canario, aporta ese toque casi espiritual que convierte el espacio en una experiencia sensorial.
Pero no es solo la forma lo que importa, sino cómo se relaciona la piscina con su entorno inmediato. A menudo se funde con el jardín, sin límites definidos. La vegetación parece brotar de las grietas de la lava, como si hubiera sido sembrada por el propio viento.
Jardines que nacen del paisaje
Aquí no hay céspedes perfectos ni plantas exóticas. Manrique reivindica la flora autóctona: cardones, tabaibas, aeoniums, tuneras, pitas. Plantas resistentes al viento, al sol y al silencio. Plantas que han aprendido a sobrevivir en la tierra quemada y que, en sus diseños, se convierten en esculturas vivas.
La vegetación no cubre el terreno, lo acompaña. No oculta el origen volcánico, sino que lo realza. Cada especie se ubica estratégicamente, no solo por razones prácticas, sino por un claro sentido estético y emocional.
Materiales con verdad
La elección de materiales es igualmente coherente. Piedra volcánica sin pulir, madera rústica, muros encalados. Todo respira autenticidad. Nada brilla más de lo necesario, nada compite con el entorno. Incluso los elementos arquitectónicos —una pérgola, una pared curva, un banco integrado en la roca— están pensados para acompañar la experiencia, no para dominarla.